Jueves 23 de enero: San Ildefonso, obispo de Toledo en el siglo VII; Santa Emerenciana, lapidada por denunciar la muerte de Santa Inés.
Nacido en Toledo en el año 607, San Ildefonso renunció a una vida de privilegios y poder, para dedicarse al conocimiento y la fe. Hijo de una familia influyente, optó por convertirse en monje, entregando su vida a la oración, el estudio y la escritura. Durante 50 años, permaneció en el monasterio, destacando por su inteligencia y carácter ejemplar.
Aunque deseaba mantenerse como monje, su talento lo llevó a ser nombrado abate y, más tarde, obispo de Toledo, a petición del rey visigodo Recesvinto. Desde su cargo, Ildefonso denunció abusos y defendió la justicia. Su profunda devoción a la Virgen María marcó su vida, culminando en un evento prodigioso: según la tradición, María le entregó una vestimenta sagrada en la catedral de Toledo.
Falleció en 667 y, aunque sus restos descansan en Zamora, su memoria sigue viva como símbolo de fe y sabiduría.
En el siglo IV, Santa Emerenciana, una joven catecúmena de Roma, se convirtió en símbolo de valentía al enfrentar a un grupo de paganos durante el funeral de su amiga, Santa Inés. En lugar de huir, denunció el crimen, lo que le costó la vida al ser lapidada. Su cuerpo fue enterrado cerca del sepulcro de Inés, marcando un vínculo inseparable entre ambas.
Aunque su historia está rodeada de incertidumbres y textos tardíos, como la passio de Santa Inés, se confirma su martirio y sepultura en el Coemeterium Maius, en la Vía Nomentana. Documentos como el Martirologio Jeronimiano y hallazgos arqueológicos avalan su veneración temprana.
En el siglo VIII, su figura ganó prominencia gracias a la liturgia y el arte, y sus reliquias fueron trasladadas junto a las de Inés.
Fuente: Santi e Beati 1 y Santi e Beati 2.