¿Quién fue Santa Martina, que de repente y con fuerza resurgió en la devoción popular, hasta el punto de ser considerada como una de las patronas de Roma después de tantos siglos de olvido?
La información más antigua data del siglo VI, cuando el Papa Honorio I le dedicó una iglesia en el Foro. Quinientos años después, se llevaron a cabo excavaciones en esta iglesia y se encontraron las tumbas de tres mártires. La fiesta de la santa ya se celebraba en el siglo VIII.
Según el relato de una Passio legendaria, Santa Martina era diaconisa, hija de un noble romano. Arrestada por su profesión de fe abierta, fue llevada ante el tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235), donde recibió atroces torturas. Arrastrada frente a la estatua de Apolo, la destrozó, provocando un terremoto que destruyó el templo y mató a los sacerdotes del dios.
El milagro se repitió con la estatua y el templo de Artemisa. Todo esto debió hacer reflexionar a sus perseguidores; Por el contrario, más obstinados que nunca, se enfurecieron contra los delicados miembros de la muchacha, sometiéndola a los más crueles tormentos, de los que siempre salió ilesa. Fue la espada la que puso fin a tanto sufrimiento, cortando la cabeza de la mártir, cuya sangre fue a regar el suelo fértil de la Iglesia Romana.
1.400 años después, en 1634, y habiendo redescubierto las reliquias de la mártir, el Papa Urbano VIII volvió a proponer a los romanos la devoción de Santa Martina, fijando la celebración para el 30 de enero. Él mismo compuso su panegírico con el himno: «Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei, plaudite gloriae«, que nos invita a admirar a la santa en su vida inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio dado a Cristo a través del martirio.
Fuente: www.santiebeati.it
Mc 5,21-43
«¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!»
