San Cirilo de Jerusalén fue una figura destacada en la Iglesia del siglo IV, con una vida marcada por lo pastoral y las controversias doctrinales.
Nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o sus alrededores, recibió una sólida formación literaria que le permitió adentrarse en el estudio de la Biblia y la cultura eclesiástica.
Ordenado presbítero por el obispo Máximo, su carrera estuvo marcada por desavenencias con Acacio, influyente líder filo-arriano. Estas disputas le valieron tres destierros a lo largo de su vida, pero finalmente pudo retornar a Jerusalén en 378, donde restableció la paz y la unidad entre los fieles.
Aunque su ortodoxia fue cuestionada, la carta sinodal del año 382, respaldada por el segundo concilio ecuménico de Constantinopla, ratificó su plena ortodoxia y legitimidad como obispo.
San Cirilo dejó un legado catequético significativo en forma de veinticuatro célebres catequesis impartidas hacia el año 350. Estas catequesis, dirigidas a catecúmenos e iluminados, abordaban temas fundamentales de la fe cristiana y fueron una herramienta vital en la instrucción y formación de los fieles.
Destacan especialmente sus catequesis mistagógicas, impartidas durante la semana de Pascua a los neófitos, donde revelaba los misterios ocultos en los ritos bautismales. A través de estos ritos y explicaciones, san Cirilo guiaba a los recién bautizados hacia una comprensión más profunda de la fe cristiana.
La catequesis de san Cirilo, que abarcaba aspectos doctrinales, morales y mistagógicos, ofrecía una formación integral que trascendía lo puramente intelectual para involucrar cuerpo, alma y espíritu. Este enfoque holístico sigue siendo relevante para la formación catequética de los cristianos en la actualidad.
Fuente: Papa Benedicto XVI Audiencia General, miércoles 27 de junio de 2007