Viernes 9 de agosto: Teresa Benedicta de la Cruz, símbolo de la reconciliación entre el cristianismo y el judaísmo. Fue canonizada por Juan Pablo II.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, nacida el 12 de octubre de 1891 en Breslavia, Polonia, como Edith Stein. Como la menor de once hijos de una familia judía, Edith fue hija de un próspero comerciante de madera. Sin embargo, a los 15 años dejó la escuela y abandonó su fe judía, declarándose atea. Después de un año en Hamburgo con su tía, regresó para terminar sus estudios en Breslavia.
A partir de 1911, estudió psicología, filosofía, germanística e historia. En 1916, obtuvo su doctorado con honores bajo la supervisión del filósofo Edmund Husserl, aunque, debido a su origen judío, no se le concedió la habilitación para enseñar.
El 1 de enero de 1922, Edith se convirtió al catolicismo después de leer sobre Santa Teresa de Ávila. Fue bautizada en la iglesia de San Martín en Bad Bergzabern y consideró la vida monástica. Sin embargo, su guía espiritual le sugirió que trabajara en el mundo exterior, por lo que enseñó en la escuela de las Dominicas en Speyer desde 1923 y defendió la emancipación femenina en sus escritos.
Edith ingresó en el convento de las Carmelitas en Colonia en 1933, donde adoptó el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Durante su tiempo en el convento, redescubrió sus raíces judías y desarrolló un profundo sentido de compromiso religioso. En 1937, escribió «Ser finito y ser eterno». En 1938, en medio de las persecuciones nazis, se refugió en el convento de Echt en los Países Bajos.
El 2 de agosto de 1942, durante una redada nazi, Edith y su hermana Rosa fueron arrestadas y deportadas a Auschwitz, donde murieron en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942. Edith se convirtió en mártir y símbolo de la resistencia espiritual.
Fue beatificada el 1 de mayo de 1987 y canonizada el 11 de octubre de 1998 por el Papa Juan Pablo II. Edith Stein es reconocida como la primera mujer de origen judío canonizada en la historia de la Iglesia. En 1999, fue declarada copatrona de Europa, simbolizando la reconciliación entre el cristianismo y el judaísmo. Su legado sigue vivo en monumentos y lugares de culto, recordando su valentía y compromiso espiritual.
