Después de la Última Cena, Jesús es arrestado tras ser traicionado por Judas. Ante las autoridades, reafirma su realeza divina y es condenado a la crucifixión.
Después de la Última Cena, Jesús se dirige al huerto de Getsemaní con sus discípulos, donde es traicionado por Judas Iscariote, quien guía a un grupo armado enviado por los sumos sacerdotes y los fariseos para arrestarlo. En un acto de profunda compasión, Jesús se adelanta y se entrega voluntariamente, demostrando su soberanía incluso en su arresto.
— “¿A quién buscan?”
Le dijeron:
— “A Jesús, el Nazareno”.
Jesús repitió:
— “Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan”.
Durante su interrogatorio, Jesús enfrenta a Anás y Caifás, los sumos sacerdotes, y a Pilato, el gobernador romano. A pesar de las acusaciones y la presión, Jesús afirma su realeza divina, aunque de un reino que trasciende el poder terrenal.
— “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
Pilato le dijo:
— “¿Entonces Tú eres rey?”
Jesús respondió:
— “Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.
Pilato, aunque encuentra a Jesús inocente, cede a las demandas de la multitud y lo sentencia a ser crucificado.
En el camino hacia el Calvario, Jesús carga con su cruz, siendo acompañado por María, su madre, y otros discípulos. En la crucifixión, Jesús muestra un amor incondicional, perdonando incluso a sus verdugos. Sus últimas palabras, «Tengo sed«, revelan su humanidad, mientras que su entrega final expresa su cumplimiento del plan divino de salvación.
Todo culmina con la muerte de Jesús y su posterior sepultura. Su sacrificio, como el Cordero de Dios, cumple profecías y establece el fundamento de la fe cristiana.