Marina de Bitinia vivió disfrazada como el fraile Marino. Aceptando una culpa injusta, fue redimida al final de su vida.
Marina de Bitinia vivió una vida extraordinaria en el siglo VIII. Tras la muerte de su madre, su padre se retiró a un monasterio llevándose a Marina disfrazada de varón, ahora como un fraile llamado Marino.
A pesar de la falta de rasgos masculinos, no levanta sospechas mayores. El ambiente solitario del monasterio facilita mantener el secreto, incluso después de la muerte de su padre. Sin embargo, la vida de Marino dio un giro inesperado cuando fue enviado con otros hermanos a cumplir un encargo.
Durmieron en una posada donde esa misma noche la hija del dueño fue vejada por un soldado de paso. Cuando la joven descubrió su embarazo, acusó falsamente a Marino como responsable. Pero, en lugar de revelar su identidad para demostrar su inocencia —quizás para guardar el honor de la mujer— aceptó la culpa y una penitencia rigurosa: fue expulsado del monasterio.
Sobrevivió de limosnas dedicándose con pasión al hijo, lo que finalmente le permitió ser reintegrado, aunque como sirviente del cenobio. Tras su muerte en el año 750, los frailes descubren su verdadera identidad y comprenden con dolor la injusticia sufrida en silencio por aquel humilde monje, o más bien, por la joven.
Se cuenta que la mujer que lo había calumniado corrió a su lecho de muerte, pidiendo perdón a Marina y siendo sanada y perdonada al instante. Sus reliquias fueron trasladadas de Constantinopla a Venecia. En París se erigió una iglesia en su honor.
